Ranos 54-55
Ranos 54-55

FUENTE DE PIEDRA

 

Aventuras y desventuras de la Laguna Salada (II)

1870: Un alcalde entre dos fuegos

         En 1870, la Société civile française des Terrains et Salines de Fuente-Piedra debía tomar posesión de La Laguna con el cometido de desecar el vaso, explotar la sal y las tierras más inmediatas que estaban incluidas en La Laguna. Uno de los varios representantes de la sociedad, D. Fulgencio Figueras, se trasladó a Fuente de Piedra para tomar posesión de ella, pero se encontró con la negativa de D. Juan Jiménez Ruiz, entonces alcalde villafontense, a pesar de haber recibido éste un oficio del Regente del Reino, D. Francisco Serrano, ordenando que: «[…] no se le ponga impedimento alguno en su explotación y uso». Y en esta situación dejábamos la nota anterior, que ahora retomamos.

         D. Juan Jiménez Ruiz, alcalde constitucional de Fuente de Piedra en 1870, que es cuando tienen lugar estos hechos, persona humilde, sensata y carente de malicia, quedó entre dos fuegos, a cual más mal intencionado. Afortunadamente saldrá ileso, pero el susto nadie se lo quitó del cuerpo. He aquí lo ocurrido.  

         Ya vimos que, desde Madrid se había ordenado al alcalde que prestase auxilio a la empresa encargada de la desecación y se le dice inmediata posesión de La Laguna. Pero la ciudad de Antequera, que tuvo conocimiento de los hechos, sin pérdida de tiempo se dirigió al alcalde para informarle que:

«[sic] tanto el lago como su producto eran propiedad legítima del Ayuntamiento de Antequera y que por tanto nadie puede disponer de de una cosa sin otra, como no sea por causa de utilidad pública […] Acerca de la desecación de la laguna el Ayuntamiento (refiérese al de Antequera) ha representado al Gobierno de S. A. Con objeto de que sus derechos sean respetados y estando aún pendiente este recurso, la empresa particular sin duda subrepticiamente ha obtenido el odioso y triste privilegio de aprovechar sales que no pueden ser suyas ni menos del Estado […] El Ayuntamiento va á acudir a S. A. El Regente para que se anule una orden que repito, solo ha podido darse á la sombra de mentiras artificiosamente preparadas por la Empresa, entre tanto yo aguardo que suspenda V. el obedecer la orden de posesión».

Ante esta tesitura, D. Juan creyó lo más correcto paralizar el asunto. Y si abrigaba alguna duda, una segunda comunicación de Antequera terminó de convencerle. El informe decía: 

«[…] el Ayuntamiento de Antequera tiene reclamación pendiente sobre la propiedad de la laguna […]  mientras no se resuelva […] no puede […] darse porción de ella ni mucho menos de las sales […] Además como la expresada laguna no se halla aun deslindada tampoco puede darse la porción de una cosa cuyos límites se desconocen».

Así las cosas, el alcalde no lo dudó. De momento dejaba paralizado el asunto y D. Fulgencio Figueras, en vista de que no se le daba posesión de La Laguna, con un enfado impresionante se dirigió a las autoridades malagueñas que, ajenas a la trama, a la vista de la orden del general Serrano, Regente del Reino y las malas pulgas de D. Fulgencio, que amenazó con pedir daños y perjuicios,  no tardó en quitar la razón y el poder al alcalde en el tan controvertido tema de La Laguna. Para ello envió a Francisco Maureta, funcionario de Administración Económica, para que llevase a cabo la entrega de La Laguna al Sr. Figueras y comunicara al Sr. alcalde que había incumplido una orden directa del máximo responsable de la Nación y recibido las quejas de D. Fulgencio, anunciándole que los intereses que la empresa reclamara al Estado los pagaría de su propio peculio.

La orden había venido de muy alto y nadie quería cogerse los dedos. Administración Económica de Málaga, vista la situación, se quitó el problema de encima dirigiéndose al Gobernador y al Juzgado para que impusiesen al alcalde la correspondiente multa «[…] por desacato y desobediencia al Jefe de la Nación.» La respuesta no se hizo esperar. Días más tarde se amonestaba al alcalde. El documento del apercibimiento decía:

«Considerando que esa Alcaldía (la de Fuente de Piedra) no tiene facultades ni autoridad ninguna para hacer observaciones sobre órdenes superiores […] porque ni esa Alcaldía tiene nada que ver con el Ayuntamiento de Antequera y sus atribuciones jerárquicas son nulas para oponerse a lo ordenado por el Jefe del Estado nombrado por las Cortes soberanas y últimamente. Considerando […] falta de desacato y desobediencia toda vez que al decir se infringe la Constitución […] Esta Admón. ha acordado amonestar a V. por primera vez para que en lo sucesivo no se mezcle en asuntos ajenos a su jurisdicción y obligaciones [...]»

Amonestación. La reprimenda quedó en eso, fue menor a la esperada. El alcalde no tuvo que molestarse en hacer entrega a D. Fulgencio Figueras de La Laguna; ya lo había hecho el funcionario Maureta, desplazado desde Málaga.

D. Juan había estado en medio de un fuego cruzado. Afortunadamente salió airoso y D. Fulgencio Figueras, con una media sonrisa en la cara, creyendo que había resuelto sus problemas.

Tras recibir los títulos que le permitían actuar sobre La Laguna, D. Fulgencio respiró profundamente y pensó que empezaba un camino de rosas. No imaginaba cuan equivocado estaba. A partir de ahí iniciaba un camino, pero no sería de rosas, sino un calvario. 

Muchos problemas, escalonados, de extrema gravedad y largo recorrido se sucederán en los años siguientes. Sí, muchos problemas, más de los que podríamos imaginar, pero eso será materia para otra nota.

Francisco Muñoz Hidalgo

 

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