FUENTE DE PIEDRA
La tierra
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LOS REPARTOS SUCESIVOS DE TIERRA
La tierra es un teatro,
pero tiene un reparto deplorable
(Oscar Wilde)
Iniciábamos el apartado anterior diciendo que, hoy, decir Fuente de Piedra es hablar de un pueblo, pero hace quinientos años la realidad era bien distinta, pues Fuente de la Piedra era un partido lindante con otros tantos partidos que unidos, finalmente conformarán el actual término municipal, que recibirá el nombre del partido en el que se asentaba la afamada y milenaria Fuente de la Piedra, quien a su vez trans-mitirá su nombre a la aldea en cuyo entorno se construirían los primeros edificios sobre los restos de la alquería anterior, proyectandose en el tiempo hasta conformar el municipio que hoy conocimos como Fuente de Piedra.
Del estudio del reparto y distribución de la tierra del término municipal villafontense observamos que en los cuatro últimos siglos hay otros tantos hitos o momentos importantes en el desarrollo del complicado tema que supone, de una parte, la asignación legal de tierras repartidas, de otra, la legalización de las que habían sido ocupadas de forma fraudulenta. Tierras estas que hoy se ubican en el actual término villafontense. Esos cuatro hitos o momentos clave fueron:
1º.- Primer reparto, a su vez efectuado en dos momentos:
2º.- Regularización de las usurpaciones de terrenos comunales y baldíos en tiempos del rey Felipe II.
3º.- Regularización de nuevo de las usurpaciones y distribución de nuevas tierras bajo el espíritu de la Ilustración, durante el reinado de Carlos III.
4º.- Regularización de títulos de tierras baldías o comunales usurpadas y otros terrenos de titularidad dudosa, tras la segregación de Fuente de Piedra de Antequera, y haber pasado dichas tierras a formar parte del término jurisdiccional del naciente municipio.
Veamos el proceso seguido en cada uno de estos momentos:
1º.- Parte de las tierras que se distribuyeron en el primer reparto ya habían sido cultivadas en la antigüedad, pero se encontraban incultas y otras se irían rozando y poniendo en producción en la segunda mitad del siglo XV. De este primer reparto ya hemos dado cuenta páginas atrás. Reparto llevado a cabo por Hernando de Narváez, alcaide de Antequera, ciudad de la que dependían los distintos partidos a que nos estamos refiriendo (Fuente de la Piedra, Rincón de la Laguna, Rábita, Risquillo, Navazo, Laguna Salada, Blancares, Grajos, Arenas, Angosturas, etc.) y posteriormente continuó el reparto bajo el reinado de los Reyes Católicos.
Pero quedaba aún mucha tierra por rozar debido a una baja densidad demográfica —po-dríamos decir casi inexistente—, que no permitía una puesta en cultivo de más tierras; incluso las que se habían repartido estaban mal explotadas. Aun así, a partir del siglo XVI, cuando la ciudad de Antequera levante la prohibición de edificar en el Partido de La Fuente de la Piedra y en torno al venero se empiecen a levantar las primeras viviendas a la par que se intensifica el cultivo y la zona se convierte en un centro receptor de nuevos pobladores a la busca de trabajo; bien como asalariados, bien como arrenda-tarios de tierras u ocupando ilegalmente las comunales y baldías.
Estas tierras comunales fueron oficialmente aprove-chadas de dos formas: una, para uso y disfrute gratuito de los vecinos (piedra, sal, miel, leña, y sobre todo, pasto para el ganado), son las denominadas tierras comunales y baldíos; otra, como tierra de propios y arbitrios puestas en explotación mediante el pago de una renta, lo que reportaba un beneficio económico a la ciudad de Antequera.
2º.- Decíamos más arriba, oficialmente, porque de in-mediato, tanto baldíos como tierras comunales son puestos en explotación por particulares de modo fraudulento; los montes son roturados y los beneficios repercuten en favor del usurpa-dor. Esta circunstancia se dio en otros municipios, pero en la jurisdicción antequerana, que es la que nos interesa, fue muy significativa.[1]
Ante esta situación, más que un problema, la Corona vio la oportunidad de sanear su maltrecha Hacienda y no dudó en legalizar las ocupaciones ilegales y fraudulentas de estas tierras a cambio de una determinada cantidad de dinero. Para hacer efectiva la legalización, en 1560, la Corona inicia investigaciones dirigidas a determinar que tierras fueron ocupadas ilegalmente, o sea, qué tierras habían sido roturadas. Esta investigación fue un largo proceso que terminó el licenciado Junco de Posada[2] en 1576, con la venta de más de 21.000 hectáreas de la entonces jurisdicción antequerana,[3] que adquirieron un total de 554 usurpadores; entre ellos, parte de los que se asentaron en la actual Fuente de Piedra. En la comarca, algunos propietarios pasaron a ser terratenientes al ampliar sus lindes a costa de baldíos colindantes. De todos ellos, Fuente de Piedra se llevó la palma con 130 fanegas ocupadas ilegalmente por Andrés Delgado; Ana de Baeza ocupó 90 fanegas en Mollina y Álvaro García, 70 fanegas de monte en la Camorra.
Si el primer reparto se daba en el cuatrocientos,[4] el se-gundo lo es en el quinientos y llevó aparejado la reordenación y concentración del territorio afectado por la compraventa de tierras y los rompimientos ilegales de baldíos, saliendo beneficiados en primer lugar los cargos municipales antequeranos y los grandes propietarios,[5] perjudicando a la ganadería; pues el terrazgo avanza sobre tierras dedicadas a pasto, lo que supone un perjuicio para la ganadería.
La ganadería venía ocupando un puesto preeminente en la economía de la zona por la característica del terreno, que al ser levemente salino transfería esta cualidad a la carne del ganado que allí pastaba, haciéndola deseable a la de otros lares; circunstancia que ya hemos tratado en otros apartados de este volumen, por lo que sólo añadiremos que tras la reconquista, antes de que naciese el pueblo actual, las dehesas de Antequera eran Fuente la Piedra, Mollina, Cuevas Altas y Bajas. Sobre este asunto, Fernández, en su Historia de Antequera, dice:
«Los arrogantes y briosos caballos que se alimentan con los pastos saludables de este terreno son envidiados por todas partes, las piaras de ganados vacuno y lanar son innumerables y por la pronta y fácil disolución de las nieves que cubren en el invierno las cimas de las sierras no tienen que mudar paraje en la mencionada estación. Sus dehesas son feraces y dilatadas y pertenecen á sus propios[6] las de Mollina, Fuente-la-Piedra y las dos Cuevas».[7]
Dicho lo anterior, se comprende que la puesta en roturación de tierras baldías y comunales supuso un grave per-juicio a la ganadería, que fue en continuo descenso en el curso de los años. A mediados del siglo XIX, los datos de una de estadísticas municipal nos dice: «… La cabaña está compuesta por unas 300 cabras, unas 500 ovejas y unos 100 cerdos, estándo los pastos muy ajustados para alimentar dicho ganado».[8]
La ocupación de terrenos baldíos y comunales fue muy intensa en el territorio villafontense desde su nacimiento en el siglo XVI, lo que se explica por sí mismo si tenemos en cuenta que:
La población no cesa de crecer durante los siglos XVI, XVII y primera mitad del XVIII, momento a partir del cual se verá frenada por las epidemias que diezmaron la población hasta el punto de hacerla casi desaparecer.
3º.- Inmediatamente después de quedar regularizadas las usurpaciones de baldíos y tierras comunales con Junco de Posada durante el reinado de Felipe II, se vuelve a repetir la situación anterior, es decir, se siguen roturando nuevas tierras baldías y montes comunales en un segundo avance al que, esta vez, la solución será dada por pensadores de la Ilustración en la segúnda mitad del XVIII, aportando diversos proyectos dirigidos a solventar el problema del campo español, sin trans-formar la estructura de la propiedad. Entre ellos el que apuntaba a modificar los arrendamientos o vender el patrimonio rústico de los concejos como posibles soluciones. En este contexto tenemos que a finales del XVII y principios del XVIII se desecaban algunas zonas pantanosas próximas a La Laguna, concretamente terrenos comprendidos entre Campos y Las Latas; y otros en Las Albinas, próximos a Vista Hermosa. Terrenos que, una vez puestos en producción por los vecinos, los reclamaba Antequera, aludiendo que constituían un bien de propios de su ciudad. Pero Fuente de Piedra, que había sido un pequeño arrabal de ella, tras conseguir su independencia y marcar su jurisdicción, no iba a permitir que derechos antiguos les despojaran de bienes que habían conseguido poner en producción con el sudor de su frente.
Y es en este contexto en el que se explica la aprobación de varias Provisiones Reales en 1767 y 1770,[9] que regularon los repartos de tierras municipales a los vecinos con menos recursos; lo que conllevó importantes consecuencias políticas, sociales y económicas. A saber:
- Socialmente se produjo un malestar entre, de una parte, las clases privilegiadas, que accedían a estas tierras imponiendo su mayor poder económico en las subastas de los arrendamientos y, de otra, la clase menesterosa, que era la agraciada con lotes (sortes) de tierra, a los que llamaron sorteros.
- Desde el punto de vista económico, consecuencia de los impagos del canon por parte de estos agraciados con lotes, o sea, los sorteros, los ingresos recaudados por la hacienda municipal antequerana fueron muy reducidos.
- A lo anterior hay que añadir por parte de los sorteros la defensa común de sus intereses como arrendatarios, lo que les permitió consolidar el sentimiento de comunidad frente al concejo de Antequera, que en definitiva era el propietario de las tierras repartidas, al entender que el medio más eficaz para hacerse con la propiedad de sus lotes era la segregación. Para conseguir ese objetivo llevaron a cabo una compleja estrategia basada en tres puntos fundamentales:
a) El impago de la renta.
b) La usurpación de tierra pública.
c) La resistencia a los embargos.
Procedimiento este último al que el cabildo antequerano intentó aplicar sin éxito algunas medidas, que resultaron fallidas por la resistencia de las autoridades de Fuente de Piedra de proporcionar al cabildo antequerano la ayuda que precisaba para llevar a cabo dichos embargos. A su vez, la justicia del nuevo municipio tampoco colaboraba, y ambas, autoridad municipal y justicia local, manifestaban no poder prestar ayuda a la corporación antequerana por ignorar quienes eran los deudores y considerar ilegal el registro de casas.
El resultado final de esta estrategia condujo a que las aldeas lograron la segregación y la mayoría de los sorteros se hicieran ilegalmente con la propiedad de las tierras públicas repartidas por la antigua cabecera municipal (Antequera); tierras públicas que, tras la segregación, pasaba a estar ubicadas en el término del naciente municipio.[10]
La usurpación de tierras comunales y baldíos desde que nace la actual villa de Fuente de Piedra fue una constante, y al ir acompañadas de roturaciones se perjudicaba seriamente la superficie boscosa, provocando en la cabaña ganadera un rápido retroceso, como hemos apuntado en varias ocasiones.[11]
4º.- Una vez segregada de Antequera, la población villafontense, que venía muy diezmada por las epidemias, resurge de nuevo con una fuerza tan extraordinaria que la densidad poblacional alcanza cotas muy altas. A ello se suma la afluencia de labradores procedentes de Estepa, Campillos y poblaciones aledañas, que vienen a sustituir parte de la mano de obra que las epidemias se cobraron, dando lugar, tanto el crecimiento vegetativo como la llegada de estos jornaleros, a que se dispare la densidad demográfica de forma geométrica respeto de años anteriores.
La población que llega y se asienta en el municipio trabaja como asalariada, labrando las tierras de los terratenientes y las de la Iglesia, Cofradías, Hermandades, etc. Estas últimas, con la desamortización de Mendizábal en 1836, pasan a poder del Estado, que las sacó a subasta, obteniendo de ellas un rendimiento, o las cedió a alguna institución, tal es el caso de La Rábita, que pasó a depender del establecimiento de Beneficencia. En uno u otro caso había que ponerlas en explotación para obtener el rendimiento que se esperaba de ellas y se hacía necesario disponer de jornaleros que la labrasen.
En todo este avatar (recordemos que muchos de los terrenos que se habían roturado o desecado en tiempos de Carlos III y se habían puesto en producción, aún no habían sido escriturados por sus propietarios), hasta acreditar la titularidad estas tierras mediante documento público, se produjeron enfrentamientos entre el Estado y los vecinos e incluso entre los terratenientes y los vecinos, ya que los primeros se hacían pasar por titulares de ciertas tierras sin poder acreditarlo por falta de escrituras, pero aludiendo múltiples razones. En este sentído sirve de ejemplo el llamado caso de Los Cachones.
Los Cachones forman parte de La Laguna Salada. En 1842 tres vecinos los sembraron aprovechando la escasa lluvia de ese año. Al ser la tierra colindante propiedad de un terrateniente domiciliado en Antequera, éste se creyó con autoridad sobre dichos Cachones. En el escrito de denuncia leemos « [...] en los sitios nombrados los Cachones lindando con las tierras de mi propiedad».[12] Pero se rectifica tachando la expresión lindando con las tierras, dejando la lectura del siguiente modo «...nombrados los Cachones de mi propiedad». Lo que cambia totalmente el texto y la intención, a lo que añade: «Se les (sic) hise presente (a los denunciados) con el objeto de que tubiesen la vondad de dejarlas a mi disposición por ser el dueño de ellas”.[13]
Tres fueron los vecinos que habían sembrado Los Cachones. Se llevó a cabo un juicio de conciliación. El hacendado, D. Juan Bernuedo, llevó de testigo a D. Pedro Barrientos y Mansilla, capitán de la Milicia Nacional de Antequera.[14] Por su parte, los labradores, más modestos, llevaron de testigo u hombre bueno (que es como se le llamaba entonces), a José Cano. Los labradores demostraron ser lógicos y razonables, pues manifestaron que:
«[sic] estaban prontos a sederlos siempre que el reclamante acredite corresponderles a su propiedad; pues estos estan cituados mas adentro de las orillas del agua de la Laguna Salada que le da nombre este pueblo”. [15]
El alcalde, que actuaba de juez de paz, no pudiendo satisfacer la demanda de ambas partes, remitió el expediente a Antequera para que se obrase según procediese.
Volviendo de nuevo al tema que nos ocupa, los sorteros se hicieron con la propiedad de los terrenos que cultivaban y les habían sido asignados medio siglo antes. Pero al no haber satisfecho las cantidades correspondientes, su situación era ilegal. Años más tarde se abrirían 62 expedientes para regularizar estas tierras;[16] asunto que tratamos al referirnos a la problemática surgida con los terrenos desecados y puestos en explotación en Las Albinas.
Hasta finales del siglo XIX no se resolverían la casi totalidad de los expedientes. A partir de entonces, la propiedad de la tierra en el término municipal de Fuente de Piedra quedaba regularizada y lo que fueron baldíos y tierras comunales y de propios, a lo largo de tres siglos fueron cambiando paulatinamente de manos; pasando de públicas a privadas.
Fragmento de “Historia Temática Villafontense”
Capítulo.- La tierra::
Los repartos sucesivos de tierra
Francisco Muñoz Hidalgo
(Obra en composición)
[1] FERNÁNDEZ PARADAS, M.: «De apropiaciones y privatizaciones: El patrimonio territorial del Concejo de Antequera (siglos XV-XIX)». Málaga: Tesis doctoral inédita. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Málaga, 1998.
[2] BRAVO CARO, J. J. y FERNÁNDEZ PARADAS, M., «La venta de baldíos en la Antequera del quinientos: la reformación de Junco de Posada (1576)», Granada: Chronica Nova 28/2001, pp. 83-103.
[3] ESPEJO LARA, J. L, y PAREJO BARRANCO, A., «Evolución de la propiedad agraria en Antequera después de la conquista. El infor-me del licenciado Junco de Posada y las ventas de tierras públicas», Actas del V Coloquio Internacional de Historia Medieval de Andalu-cía. Andalucía entre Oriente y Occidente (1236-1492), Córdoba: Diputación Provincial, 1988.
[4] El primer reparto tiene lugar a lo largo del siglo XV, y de forma más intensa a finales de ese siglo con el repartimiento llevado a cabo por el bachiller Juan Alonso Serrano, que supuso la revisión de las dos distribuciones que se efectuaron en el cuatrocientos.
[5] BRAVO CARO, J. J. y FERNÁNDEZ PARADAS, M., «La venta de baldíos en la Antequera del quinientos: la reformación de Junco de Posada (1576)», Granada: Chronica Nova 28/2001.
[6] Se refiere a los propios de Antequera.
[7] FERNÁNDEZ, C. Historia de Antequera, desde su fundación hasta el año de 1800. Málaga: Imp. del Comercio, 1842, p. 293.
[8] AMFP. Doc. de Sec. Año 1848, doc. N.º 4.
[9] Estas Reales Provisiones son, la de 12 de junio de 1767 que hace extensiva al Reino de Andalucía una anterior (2 de mayo de 1766), y la de 26 de mayo de 1770, en la que derogan las disposiciones anteriores y se establecen nuevos criterios para practicar la reforma agraria. Todas ellas formaron parte de lo que podríamos llamar Reforma Agraria del Conde de Aranda.
[10] JIMENEZ BLANCO y LINARES LUJÁN: «La cara oculta de la desamortización municipal española (1766-1856)» Historia Agraria N.º 74 pp. 37-66, SEHA, 2018.
[11] La cabaña ganadera se ve extremadamente disminuida en menos de un siglo. Los datos estadísticos de finales del XVIII y la primera mitad del siglo XIX bajan drásticamente hasta quedar reducidos a menos de la mitad en solo 5 décadas, manteniéndose en los años sucesivos y aumentando de nuevo progresivamente, a la par que lo hace la población, de forma que en 1855, la cabaña porcina es la que encontramos más disminuida al pasar de 300 a 45 cabezas, siendo espectacular el incremento de la ovina de 1000 a 1.500, y la caprina de 350 a 900 cabezas. Aun produciéndose un incremento de la cabaña, los números no alcanzan las cotas de siglos anteriores.
[12] AMFP. Doc. de Sec. Año 1842, doc. N.º 1 y 162.
[13] AMFP. Corresp. Oficial. Año 1842, 29 de enero, doc. N.º 2390.
[14] A Barrientos, capitán de la 1ª Compañía de la Milicia Nacional de Antequera, lo volveremos a encontrar en el capítulo dedicado al bandolerismo, pues fue quien capturó al bandido Pinorro.
[15] AMFP. Doc. de Sec. Año 1842, doc. N.º 1 y 162.
[16] AMFP. A.C. de 10 de diciembre de 1855.