FUENTE DE PIEDRA
Edad Antigua
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LA VIDA BAJO EL DOMINIO ROMANO
Economía, usos, costumbres, religión...
Poblacionalmente, el término de Fuente de Piedra durante dicho período estuvo ocupado muy desigualmente. Hemos visto cómo se inicia una ocupación hacia el siglo II a. de C., y cómo se va desarrollando. Comprobamos que no lo hace de forma intensa, pero sí constante hasta el inicio de nuestra era para, a partir de entonces, ir descendiendo durante el siglo I d. de C. y llegar a niveles mínimos de población en el segundo tercio de ese mismo siglo.
Otro núcleo de población indígena ubicado en torno a La Noria se irá romanizando paulatinamente hasta confundirse con los propios soldados del Imperio.
El grueso de esta población se concentraba en las inmediaciones al pueblo actual, en sus zonas norte y este; fundamentalmente en los parajes Castillejos-Villares y Cerro La Virgen-Cementerio, describiendo un amplio arco, rico en material arqueológico como ya hemos comentado. Acerca del nombre con que fue conocido el lugar también hacíamos referencia a una población romana: Urgapa, que en el Geógrafo Anónimo de Rávena (Anonymous Ravennatis) leemos entre dos poblaciones: Osipón (Estepa) y Antigaria (Antequera). Es-ta Urgapa, pensamos que es distinta de la Urgavo (Arjona) que queda bien documentada en la población jiennense. El historiador romano Plinio la sitúa en un marco más extenso y menos preciso: entre el Baetis (Guadalquivir) y la costa, y a dicha población da el sobrenombre de Alba, que en latín signi-fica: blanco-blanca. Entre Estepa y Antequera, que sepamos, sólo vemos, incluso desde gran distancia, una gran mancha blanca en el paisaje: La Laguna Salada, especialmente durante el estío, cuando el recipiente, seco por efecto de la evapora-ción, se convierte en un gran desierto de sal que destaca en el paisaje.
La carencia epigráfica es algo con lo que se cuenta, pues desde Antequera, allá por el siglo XVI, concretamente el 7 de mayo de 1595, reza en las actas del Cabildo cómo se tomó la decisión de recoger todas las inscripciones antiguas y esculturas de la ciudad y de los lugares comarcanos que habían ido apareciendo y que se encontraban la mayor parte de ellas en poder de particulares, con el fin de incrustarlas en el Arco de los Gigantes, «[…] para que no se pierda la memoria de la antigüedad y nobleza»[1] de la zona, decían.
En niveles mínimos fue ocupada la zona hasta finales del siglo II (reinado de Marco Aurelio), en el que se inicia una crisis que se acentuará medio siglo más tarde, durante el período conocido como Anarquía Militar (235-268) que contribuye, junto a otros factores, a un desplazamiento de la vida urbana al mundo rural, pasando las villae a ser los centros de producción.
Con ello aumentan las villae en todo el término municipal de Fuente de Piedra, intensificándose en torno a La Laguna con clara diferencia respecto a otras zonas más alejadas en lo que a riqueza arqueológica y nivel de vida de la población se refiere, motivado por el reinicio o intensificación de la explotación salina durante los siglos III, IV y principios del V. Esta industria pudo soportar mejor la crisis económica que otros sectores dando lugar a la creación de una compleja red viaria que puso a la zona en comunicación con los puntos más importantes de la comarca. La ruta Hispalis-Antikaria pasaba por la Realenga de Sevilla y a ella tenían acceso otras rutas menores por las que se conducía la sal y otros productos agrícolas. Estos ramales son: uno que, siguiendo el arroyo de Santillán, llegaba a la Laguna, bordeándola en su totalidad. Un ramal partía de las inmediaciones de La Herriza, siguiendo una cañada, dirección Navahermosa, para continuar camino hacia Astapa. Un poco más al sur de este ramal partía otro hacia el oeste, a la altura del cortijo de Campos, en sentido Sierra de Yeguas, dejando comunicadas las termas descubiertas en dicho paraje. Finalmente, otro ramal, partía a la altura del cortijo La Rábita hacia el sureste con rumbo a Campillos. El continuo laboreo ha deteriorado dichas vías; a pesar de ello, en este último ramal se puede apreciar un vado, el único existente en la provincia, y restos de la calzada.
La agricultura, trigo, vid y olivo (tríada mediterránea) jugó un papel importante a la par que la producción salinera, desplegándose en todo el término y avalado por el alto número de almazaras y molinos encontrados en dichas villae, respondiendo a la tónica general del Imperio durante los siglos III y IV.
La ganadería también tuvo su importancia, dado el aprecio que se tenía a las carnes de su cabaña, que presentaban un mejor sabor que las de otros lugares comarcanos. Según el doctor Gómez de Bedoya, esto es debido a que el terreno posee una matriz salina que le da esa característica tan singular. Basa su afirmación el doctor Bedoya en que si se prueban las cañas de trigo u otras mieses de la zona, resalta su sabor salado sobre las tierras inmediatas que no lo poseen y, en consecuencia, ese sabor se traslada a la carne del ganado que allí pasta, haciéndola más sabrosa y de mejor gusto, y «[…] esto es regular, y ya Virgilio en su tiempo lo notó diciendo: Et salis occultum referunt in lacte saporem».[2]
Durante el Bajo Imperio (III-IV), la población vivió replegada en sus villae, tanto los patricios que habían abandonado la ciudad, como los plebeyos que ocupaban todo su tiempo en las labores agrícolas o industriales. Los patricios, en cambio, aparte de llevar la administración de sus predios, disponían de tiempo para el relax y la diversión. Siguiendo la costumbre romana, estos se reunían en las termas donde, además de tomar los distintos baños: templado, caliente y frío, tomaban el sol (solarium). Este punto de encuentro se situaba en las inmediaciones a La Laguna, en las conocidas termas de Sierra de Yeguas, lindante con el término villafontense por el oeste, en la llamada Haza de Estepa y proximas al desaparecido cortijo Escobar, al oeste de Campos y La Herriza. El yacimiento fue estudiado años atrás y posteriormente cubierto para evitar el expolio. Del resultado de la excavación se dedujo que estas termas fueron levantadas a finales del siglo II, durante el reinado de Marco Aurelio.
Podemos con ello concretar que esa vuelta al mundo rural de una población de gustos exquisitos que anteriormente hacía vida en ciudades de mayor entidad, terminó desplazandose a sus haciendas rurales y echó en falta las comodidades de la urbe, por lo que intentó paliar esas carencias construyendo esas termas en las que los más afortunados disfrutaban en su tiempo de ocio, además de los baños, con juegos, lecturas, conversaciones, etc.
Desde el punto de vista religioso hemos de considerar a la población indígena existente antes de la llegada de los romanos; sus divinidades y lugares de culto, los cuales, sin duda, fueron agregados al panteón romano. Roma siempre fue transigente con las religiones; respetó las creencias y los cultos de los pueblos sometidos, siempre que no interfiriesen en sus planes de dominio. Sólo influyeron promocionando el culto a la Tríada Capitolina (Júpiter, Juno y Minerva), que junto a otros dioses menores constituían la religión oficial del Imperio.
Y decíamos que había que contar con las creencias de la población indígena porque las mismas continuarían bajo el dominio romano. Así, el lugar en el que se creía que se había manifestado una divinidad o hubiese sido consagrado por el hombre, adquiría el carácter de sagrado. Un bosque, un monte, un árbol, una fuente o una corriente de agua podían ser consi-derados sagrados si en ellos se había producido alguna teo-fanía.
Las barreras que separaban lo sagrado de lo profano se quebraban con mucha facilidad. Sagradas eran las encrucijadas de caminos (consagradas a los dioses Lares) y sagrados eran los recintos donde brotaban aguas salutíferas (consagrados a las Nymphae o Aquae Sacrae). No siempre en estos lugares hubo templos; eran, sencillamente, recintos sacros que se diferenciaban del resto del paisaje por unas marcas, hitos o linderos que indicaban el comienzo de lo sagrado.[3]
Desconocemos si la población indígena, íbero-turdetana, conoció las propiedades terapéuticas del manantial, si bien hemos de recordar que restos muy anteriores, neolíticos, aparecieron en el subsuelo, cuando en 1994 se recuperó la fuente que había sido enterrada en 1959.
En época romana las virtudes medicinales del agua si eran conocidas y en consecuencia, si la fuente fue considerada DIVINA, el recinto era sagrado.
Ahora bien, cabe preguntarse ¿Qué espacio ocupaba ese recinto sacro? Sabemos que el espacio del recinto se diferenciaba del resto del paisaje por unas marcas, hitos o linderos que indicaban el comienzo de lo sagrado. La mayor parte de las veces estos hitos los facilitaba el propio terreno con un des-nivel, una elevación o alguna otra característica particular.
Analizando el terreno donde se encontraba la FONS DIVINUS y el alcance de sus aguas, estas marcas o linderos, a nuestro juicio, incluían como territorio sagrado el siguiente espacio, siendo su centro la Fuente de la Piedra:
- Por el norte, hasta Las Higuerillas, donde el terreno se quiebra en bajada.
- Por el sur, hasta la actual calle El Castillo.
- Por el este, al final de la subida de la calle Ntra. Sra. de las Virtudes, aunque es probable, dada la afluencia de corrientes de agua hacia el venero, que la marca la delimitase el pié del Cerro de la Virgen o la actual Avda. de Málaga.
- Por el oeste, hasta la desaparecida Casería de los Marqueses de Fuente de Piedra, donde el terreno también se quiebra en bajada.
Si trazásemos una línea imaginaria que uniera esos puntos, obtendríamos, de forma muy aproximada, el recinto sacro de la FONS DIVINUS.
Y por supuesto, todo espacio sacro era consagrado a un dios o diosa. En este caso, dadas las propiedades curativas de agua, debió serlo a la diosa SALUS (diosa de la salud).
El historiador romántico malagueño Ildefonso Marzo, en referencia al tema que venimos tratando, dice que, además de los monumentos que los romanos levantaron en la capital, lo hicieron en otros pueblos de la provincia, entre ellos, Antequera y Fuente de Piedra, donde levantaron altares a Apolo y Esculapio en el primero y «[…] otro al Genio protector del célebre manantial de Fuente de Piedra, agradecido al feliz efecto que le habían producido sus aguas».[4]
Respecto al Cristianismo, a pesar de quedar constancia en Hispania de comunidades cristianas hacia el año 180, creemos que llegó muy tardíamente a la zona, si juzgamos por esa lápida funeraria, comentada páginas atrás, en la que el difunto fue consagrado a los dioses Manes, o sea, a los espíritus de los muertos.[5]
[1] Esto marcó un hito importante, pues podríamos decir que fue el primer museo al aire libre que se creó en España, a pesar de traer a historiadores y estudiosos del tema de cabeza acerca de la procedencia de las mismas. Algo similar ocurrió con el Ara que resalta la virtud de las aguas de la Fuente de la Piedra, que se encontraba en el Hospital de la Concepción cuando el historiador Ambrosio de Morales escribía sus notas, y los más antiguos del Lugar les comentaron como pertenecía a esta fuente y fue trasladada allí. Sin estas aclaraciones hoy ignoraríamos su existencia.
[2] GÓMEZ DE BEDOYA Y PAREDES, P Historia Universal de las Fuentes Minerales de España Madrid: Imp. Ignacio Aguayo, 1764, p. 252.
[3] BLÁZQUEZ, J M et al: Historia de España Antigua. Madrid: Cátedra, 1985, t. II Hispania Romana. p. 619.
[4] MARZO Y SÁNCHEZ, I. Historia de Málaga y su Provincia. Málaga: Imp. y librería Francisco Gil de Montes, 1850, Nota XVIII, p. 65.
[5] BLÁZQUEZ, J, M. et al: Op. Cit. p. 645.
Fragmento de Historia Temática Villafontense
Capítulo.- EDAD ANTIGUA
Período Romano:
La vida bajo el dominio romano
Francisco Muñoz Hidalgo
(Obra en composición)