FUENTE DE PIEDRA
Personajes con Historia
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EL BANDOLERISMO
El rey mandará en España,
pero en la sierra mando yo.
(Jose María Hinojosa «El Tempranillo»)
Una de las características que define al siglo XIX es el bandolerismo. A la par que los franceses ocupaban la Península, estos actuaron como guerrilleros independientes, sembrando el desconcierto en las tropas de los gabachos. Algunos de ellos -no todos-, contaron con la simpatía del pueblo que, más que ladrones, vio en ellos hombres sensibles a las tropelías que se cometían, al tiempo que guerreros valerosos y patriotas que no cesaban de obstaculizar la acción de los invasores.
Por el término de Fuente de Piedra deambularon o actuaron bandoleros legendarios como José María El Tempranillo, Francisco Ríos González, alias Pernales y otros muchos, menos populares, quizá porque la Historia no se ocupó tan a fondo de ellos, pero personajes reales, convertidos a veces en leyenda, que veremos aparecer en las páginas siguientes. A la muerte de El Tempranillo en 1833, el bandolerismo se intensificó en la zona. Varios miembros de su partida empezaron a actuar por su cuenta, entre ellos el antequerano Juan de Mora; Francisco Pedrosa, conocido por El Chato de Benamejí; los hermanos Calderas, naturales de Cuevas Bajas; Pedro El de Loja; Cambriles, alias de José Muñoz, de Colmenar; Joaquín Ferrete, conocido como Batiboleo; D. Antonio de Sierra de Yeguas, etc. Y de las partidas de bandoleros formadas por los citados eran miembros Gurrín de Estepa; Antonio Tórtola, alias El Manchego; de Mollina eran Palomo, alias Palomino, también conocido como Calzones y Juan Villarín; Gabriel, llamado El Alhameño, por ser de Alhama de Granada; Miguel Labores; Juan Antonio Garrido; La Negrita de Benamejí; El Fraile; El Maestro de Granada; Manuel Pino, alias Canillas, sin relación con otro también apellidado Pino: Francisco Pino, alias Pinorro; Manuel Martos, de Lucena; José Mayorga, alias El Rubio de Jauja; de Alameda, Antonio Caño Linares, que respondía por Quebrao y José María Delgado. Como bien dice José A. Rodríguez Martín en su comunicación para las actas de la I Jornadas de historia local de Humilladero y su comarca, titulada Bandoleros en torno a Humilladero en la primera mitad del siglo XIX,
«[…] la lista es casi interminable. Hemos podido constatar en la extensa documentación que disponemos, que aunque suelen actuar en partidas independientes, formadas por cinco o seis hombres, en no pocas ocasiones lo hacían en conjunto. Son numerosos los testimonios que acreditan las operaciones de hasta treinta o cuarenta bandidos».
Expulsadas las tropas francesas de España y restablecida la monar-quía absolutista de Fernando VII, la situación política y económica no era muy halagüeña, lo que dio pie a que no fueran pocos los que vieran en el bandolerismo una forma de vida, lo que conllevó la inseguridad en los campos, situación que se prolongará hasta principios del siglo XX.
Mantener el orden en Fuente de Piedra no fue tarea difícil. Lo difícil era mantener la seguridad en el término, puesto que, de una parte, las partidas de ladrones no cesaban de hostigar la zona dada su situación geográfica, a caballo entre Lucena, Estepa y Ronda, en cuyas serranías mantenían sus guaridas; de otra, tener enclavada en el corazón del término municipal la Laguna Salada, que cada año sufría ataques y asaltos para extraerle la sal. La guinda la ponía la Venta de Las Salinas, situada en el cruce de caminos de Fuente de Piedra a Sierra de Yeguas con la vía pecuaria que tomaba dirección Córdoba. Venta en la que se daban cita cantaores de flamenco, tocaores de guitarra, contrabandistas y ladrones, borrachos, estraperlistas y otras lindezas por el estilo. Venta hoy desaparecida, que se situaba junto al puente por cuyos ojos discurren las aguas que del arroyo de Santillán van a morir a la Laguna Salada, y al que le ha dado su nombre: Puente la Venta,[1] como aún hoy es conocido.
La Venta de Las Salinas nació antes que el propio pueblo. Su origen se remonta al siglo XV,[2] y durante casi cuatro siglos sus paredes presenciaron notables hazañas y actos vergonzosos; oyeron intrigas, conspiraciones e increibles historias, la mayoría de las cuales quedaron enterradas cuando, a la par que el romanticismo decimonónico, desapa-recieron.
Fuente de Piedra inicia su segregación en 1820, en plena época romántica. En esos momentos el municipio es un foco importante de delin-cuencia. A los ladrones de cierta entidad se suman los encubridores e incluso alguna autoridad local, en complicidad con los primeros, tejiendo una vasta red criminal que facilita el delito y atemoriza a sus víctimas.
En febrero de 1826, el comandante de armas de Antequera recibió en carta anónima la denuncia de robo en un cortijo. El denunciante acusaba de la sustracción a Juan Rosales, sobrino del alcalde de Fuente de Piedra, Francisco Rosales Rojas, al que tacha de cómplice, y al fiel de fechos de la localidad, o sea, al secretario municipal, de nombre Francisco José Muñoz. El texto en sí, que no tiene desperdicio dadas sus características, nos invita a transcribirlo literalmente: Dice así:
«Habiéndome robado mi cortijo llevándose todo lo que tenía, lo que más he sentido es la ropa y prendas de oro y plata de mis hijas. He sabido por un amigo que en Fuente de Piedra, del mando de V. S., se hallan las prendas siguientes:
- En casa de la puta de María Velasco mujer del machero de D. Agustín del Pino hay dos cobertores encarnados, una capa de paño con vueltas, unos salcillos de oro, un rosario, otro de plata, cuatro sábanas finas, dos sayas, una de seda y otra de francia y dos vestidos de coco, que se hallan en su poder, robado por el famoso ladrón Juan Rosales, su primo hermano.
- en casa de su tía Gertrudis Ramírez, puta de toda la vida de un tal Miguel de Aranda, ladrón famoso preso en la cárcel de Estepa por el Sr. Conde del Tajo, casa burdel para entrar y cubrir todo lo robado vendiendo públicamente mi ropa […] un vestido de mascada, unas medias de nudos caladas, salcillos de oro y anillos en poder de esta ocultos bajo la tierra.
Suplico a V.S. se castiguen con el rigor de las leyes a los encubridores e igualmente se prenda al referido que se halla en las casas referidas de dicho pueblo y en el cortijo de Ballesteros, saliendo de noche a robar con el casero.
Esta carta no puede decir el nombre ni apellido del robado porque me tiene puesta pena de la vida si supieren alguna cosa y como tengo que andar continuamente no me atrevo. V. S. perdone lo malo de mi pluma y le pido por la sangre que derramó Jesucristo y por toda su pasión y muerte y la de su Santísima Madre, ponga y mande a sus partidas lo sigan hasta su prisión que de buena gana le doy a la tropa la ropa, el tocino, la longaniza, morcillas y trigo que me robaron y que me quitaron entre el referido y sus compañeros: Torrejón, Renel y Gabriel de esta ciudad; el Fraile y el Fco. Mora; Villarín y Corona y uno que le llaman Botello que viven en el mismo pueblo, es cómplice también de lo robado, sostenido por el fiel de fechos que tiene causa criminal pendiente.
Después de esto sabrá V.S. quién es su servidor y amigo, si no me
matan antes».[3]
A raíz de esta denuncia, el 26 de febrero el comandante del Regi-miento de Infantería de Línea Número 7, Julián Setién, junto con su tropa, registró las citadas casas, hallando en la de María Velasco gran parte del botín y capturando a uno de los ladrones, al conocido como Botello. Am-bos, María Velasco y Botello fueron conducidos a la cárcel de Antequera, de la que el tal Botello logró darse a la fuga tras escalar los muros de la cárcel.
Ciertamente, el entonces alcalde Francisco Rosales Rojas no debía ser trigo limpio. Si en 1826 el denunciante anónimo antequerano le acusaba de complicidad en los robos del sobrino, una década más tarde se conocía una sentencia por robo de sal de La Laguna que no deja de ser llamativa, aunque la consideremos mal menor, pues era la tónica seguida por un vecindario local y comarcal que hacía de la sal su modo de vida en unos momentos en los que la miseria alcanzaba cotas máximas, Publicada por el diario El Español, diario de las doctrinas y de los intereses sociales, leemos:
«SUBDELEGACIÓN DE RENTAS DE ANTEQUERA.
En causa sustanciada en este mi juzgado, contra Francisco Rosales, morador de la población de Fuente de Piedra, por aprehensión de cuatro arrobas menos cuarto de sal, de la espuma, de dicho pueblo, provei en ella definitivo, por el que declarando el comiso de dicha sal y por suficiente pena la prisión sufrida por el referido, le condené en las costas con apercibimiento que de reincidir en lo sucesivo sería castigado con mayor rigor, el que hecho saber a las partes han consentido, y en su virtud he dispuesto dirigir a V. S. el presente para que se sirva disponer se inserte en el boletín oficial. Dios guarde a V. S. muchos años. Antequera enero 15 de 1836.- Lcdo. D. José Campos.- Sr. Intendente de rentas de la provincia”.[4]
Años más tarde, un asalto curioso e interesante fue el sufrido por el obispo de Málaga, que padeciendo una penosa enfermedad fue invitado por el conde de Pinofiel a pasar una temporada en alguno de sus cortijos para reponer fuerzas. No le pareció mal la idea al prelado y la primavera de 1834 se trasladó a la hacienda La Peñuela (término de Sierra de Yeguas), siendo atendido entre otros servidores por el médico de Osuna D. Francisco Sánchez Valiente. El 8 de abril llegan a la finca tres ladrones, a los que el obispo ordena se les dé de comer a ellos y sus monturas. Al marcharse robaron el caballo y la escopeta del aperador y, sospechando el mitrado por las preguntas que los ladrones hicieron que andarían tramando la forma de sacarle dinero, a la mañana siguiente, sin dudarlo, marchó a Mollina y de allí por las incomodidades del alojamiento, se trasladó al cortijo Gaspar o el de la Marquesa. Una semana más tarde, el 15, entraban en la casería las partidas de Juan de Mora, Pedro el de Loja y Cambriles. En esos momentos visitaba al obispo el labrador Vicente Robledo y, dirigiéndose a los jefes de los bandoleros, intervino a favor del obispo, que estaba sufriendo las más abyectas vejaciones. Los bandidos se llevaron de rehenes al hijo del Sr. Robledo y dos personas más, anunciando que si en el plazo de dos días no entregaban doscientos mil reales, les quitaría la vida. Así las cosas, el prelado dice en su carta:
«me he visto en la necesidad de adoptar las medidas convenientes para sacar de sus manos a los tres sujetos que en mi representación se llevaron en prenda, y la redención de ellos me ha costado sesenta y cinco mil reales».[5]
Decíamos que el caso del asalto al obispo es curioso. Veamos cómo se desarrollan los hechos del incidente, sus consecuencias y el desenlace final. Dos años antes, el 20 de mayo de 1832, la Capitanía General del Ejército y Reinos de Granada y Jaén, por un bando, que ordenaba en sus artículos 4º:
«que en las poblaciones donde resulte haberse introducido los ladrones en mucho o poco número, y no se proceda en el acto a la prisión de ellos, haciendo tocar a rebato en caso necesario, paguen las Justicias quinientos ducados de multa aplicados al Fisco de la Guerra». Y el artículo 5º completa: «Que las de aquellos pueblos en cuyo radio de una legua se hagan robos y no salgan en el acto a perseguir activamente a los ladrones, con el auxilio de sus dependientes y Voluntarios Realistas, incurrirán en igual pena, sin que les sirva de excusa para eximirse de ella el ignorarlo […]»
A propuesta del obispo, que se basó en el bando anterior, el capitán general de Granada ordenó al comandante de Armas de Antequera que en el plazo de ocho días, las justicias de los pueblos de Fuente de Piedra, Humilladero, Mollina y Alameda pagasen de su propio bolsillo y de forma mancomunada la mitad de los 65.000 reales satisfechos por el mitrado y la otra mitad, los vecinos de estas poblaciones que tuviesen cualquier tipo de bienes. En estas circunstancias, haciendo una batida por la zona, y en especial la Camorra y el pueblo de Alameda, refugio conocido de bandoleros, Francisco de Paula Travesi, comandante de Armas de Antequera, quedó tan impresionado del estado de pobreza y miseria en la que vivían los vecinos que llegó incluso a justificar los crímenes que aquellos desgraciados pudieran cometer, de los que deja detalle en su informe:
«[…] no puedo desentenderme de hacer presente a V. S. el estado de infelicidad a que se hayan reducidos aquellos moradores, expuestos por remediarla a cometer cuantos crímenes son dables en el hombre que no discurre ni prevé otras consecuencias en el momento de carecer de todo recurso para el sustento de su familia; perdidos los campos por la sequedad y calculando un porvenir de cosecha harto miserable, no encuentran quien los ocupe en el trabajo y, por lo mismo, sin el arbitrio de sus brazos para remediar sus primeras necesidades. Y de aquí ha provenido el escandaloso atentado de marchar casi en masa todo el pueblo a extraer de la laguna de Fuente de Piedra la sal que les ha sido posible […] de aquí el que el pueblo de Mollina secundó al siguiente día el mismo movimiento; y de aquí el hecho mismo que yo he presenciado de presentarse el síndico en el Ayuntamiento a manifestar que el pueblo estaba expuesto a un levantamiento, si no se detenían cien fanegas de trigo que un particular de Estepa, por ser de su propiedad, quería conducir al suyo»[6]
Enterado el obispo de la crítica situación por la que estas poblaciones pasaban, conmovido, se dirigió al capitán general solicitando el perdón para esos vecinos y rogaba fuesen retiradas las órdenes que se habían expedido para evitar arruinar aún más la vida de los moradores de los pueblos de Fuente de Piedra, Humilladero, Mollina y Alameda.
Los asaltos y robos continuaron y se incrementaron, dando lugar en ocasiones a malos entendidos que terminaban felizmente. En esta línea se enmarca, dado el estado de tensión y nerviosismo del momento, lo ocurrido al alcalde villafontense, a la sazón, Francisco de la Torre, el 6 de junio de ese año de 1834. El máximo edil de Fuente de Piedra oyó a eso de las seis de la tarde varios disparos procedentes de la Camorra. De inmediato mandó tocar las campanas a rebato y con varios vecinos y los dependientes de la Comandancia de Resguardo de la Sal, se dirigieron hacia el lugar de origen de dichos disparos. Cuando llegaron a las huertas de Santillán, dice literalmente el alcalde:
«[…] me informé que el ruido de los tiros había sido salva hecha en Mollina, en celebridad de haber capitulado el Infante D. Carlos; con cuyo alegre resultado retrocedimos a esta población con vivas y aclamaciones que se repetían entre nosotros a S. M. la Reina Dª Isabel II y a la inmortal Gobernadora»[7]
Era tal la intensidad y organización del bandolerismo por estas fechas que las fuerzas que intentaban frenarlos eran a todas luces insuficientes. El 25 de junio, días después de la salida equivocada del alcalde de Fuente de Piedra, se hizo una batida con el concurso de los cuatro pueblos, o sea, Alameda, Fuente de Piedra, Humilladero y Mollina. Se había detectado la presencia de bandidos en el cortijo de Cabrera y les salieron al paso. Los bandoleros huyeron, pero al ver los pocos efectivos que sumaban volvieron y se enfrentaron a sus perseguidores, a los que incautaron ocho escopetas de los vecinos y el tal Villarín dio muerte al alguacil Juan Galindo. El hecho provocó la intensa búsqueda de Juan Villarín que finalmente sería abatido en la Camorra.[8]
En octubre, otra batida conjunta de los cuatro pueblos consiguió detener al bandolero que respondía a los alias Palomino o Calzones, y días más tarde fueron capturados otros cuatro bandoleros que trasladados a Antequera fueron fusilados de inmediato. Dos de ellos eran los hermanos Calderas de Cuevas Bajas.
En noviembre de ese mismo año de 1834, a las 12 de la noche del día 21, cinco ladrones robaban en la casería de Las Monjas, propiedad del convento de las Carmelitas Descalzas de Antequera, llevándose el aceite, trigo, cebada, 500 reales, la yegua del molino y otros efectos. De inmediato, vecinos de Fuente de Piedra, de Humilladero y de Alameda salieron en su persecución, consiguiendo la Guardia Urbana de Alameda, comandada por Romualdo Rodríguez, prender a tres de ellos. La banda la componían Francisco Jiménez, alias El Roeño; Juan Rodríguez, alias Sátiro, y Francisco Melero, que fueron los detenidos, escapando de la justicia otros dos: Miguel de Luque, alias Dientón, y Antonio Caño, alias El Quebrao.[9]
En 1835 las actas capitulares del Ayuntamiento de Antequera recogen el siguiente hecho:
«Mientras se lleva a efecto el antecedente plan y se organizan las fuerzas que han de asegurar la tranquilidad de las Vegas para atender el mal urgente que nos agobia de ocho ladrones a caballo deberá permanecer inmediatamente una partida de doce hombres montados, distribuyéndose esta carga del modo siguiente: cuatro hombres la Ciudad, uno Mollina, uno Humilladero y Fuente de Piedra, uno Cuevas Bajas con la Alameda y tres que ha ofrecido la Comisión secreta de labradores».[10]
Dos años más tarde, en 1837, la Milicia Nacional de Antequera ha de auxiliar al comandante de Resguardo de la Laguna de Sal de Fuente de Piedra para evitar la producción.[11] Recordemos que por estas fechas estaba prohibida la extracción y venta de sal de La Laguna.
Los bandoleros, bandidos, ladrones o criminales, proscritos, saltea-dores o forajidos, según gustemos llamarles, habían abundado en la zona, abundaban y, como veremos, seguirán abundando durante muchos años más. El problema era directamente proporcional a la situación económica.
Así las cosas, en 1841 se mandó para que campease por el pueblo al capitán de la 1ª Compañía del Escuadrón de la Milicia Nacional de Antequera, al objeto de batir la zona y «limpiarla de ladrones».[12] El conde de la Camorra informaba al alcalde que los milicianos de Fuente de Piedra quedaban bajo las órdenes de dicho capitán.[13]
La situación era cada vez más preocupante. Ese mismo año el alcalde había tenido noticia reservada[14] de que el famoso ladrón llamado Francisco Pino, alias Pinorro, había pedido al vecino José de Rojas 2.000 reales y a Francisco Sahavedra, aperador de D. Diego Casasola, 4.000 reales, anunciando que iría por ellos esa noche. Mal le salieron las cuentas al ladrón, pues aprovechando la presencia del capitán de la Milicia Nacional y su tropa, apoyada con la participación de varios vecinos del pueblo, fue capturado a la caída de la noche.[15] No existiendo cárcel en el pueblo, trasladaron al tal Pinorro a la de Antequera con nota del alcalde que venía a decir algo así como que se lo mandaban para que lo custodiasen ellos por carecer de local de seguridad en Fuente de Piedra, que se las entendieran allí con él y le diesen la dirección que correspondiese.
Siendo más frecuentes los robos, el gobernador civil aprobó el esta-blecimiento de dos partidas de seguridad[16] con el fin de mantener a raya a los malhechores y delincuentes que, con batidas o sin ellas, campeaban a sus anchas por el término. Para financiarlas se presupuestaron 1.167 rs. y 12 mrs. Los resultados fueron poco satisfactorios, ya que al año siguiente, 1843, otra cuadrilla de ladrones tuvo asustada y en jaque a la población. De ello daba conocimiento el capitán del Primer Distrito de Antequera que solicitaba la colaboración del pueblo para apresarla.[17] Entre salida y salida el tiempo fue pasando sin conseguir capturarlos y las consecuencias no se hicieron esperar: el 4 de octubre, 18 ladrones montados a caballo secues-traban a don José García del Águila, labrador del cortijo de Sequera y a don Manuel de la Fuente Reyes, hijo de la dueña del cortijo de Cabrera, pidiendo un alto rescate por ellos.[18] Ante la gravedad de la situación, la respuesta del pueblo no se hizo esperar. El alcalde reunió a 22 vecinos y montados a caballo iniciaron la persecución, adentrándose incluso en la provincia de Sevilla, aunque sin resultado.[19]
Desde entonces, las cuadrillas de bandoleros que habían venido actuando en la zona, bien por la gravedad del asunto que acabamos de tratar, bien por la intensificación de las persecuciones que se venían practicando, desaparecieron durante un tiempo según se desprende de una comunicación dirigida al Jefe Político Provincial días más tarde,[20] donde se daba a entender que los vecinos son los suficientemente valientes para hacer frente a los malhechores como lo han demostrado en otro tiempo. Pero la llegada por sorpresa de los bandidos era, según palabra del propio alcalde, «inremediable».[21]
Ahora bien, una cosa es la bravura en caliente y otra muy distinta cuando, con los ánimos más calmados, se reflexiona sobre lo que puede volver a ocurrir. En consecuencia, los ediles, ya más serenos, llegaron a la sabia conclusión de que la única forma de evitarlo era tener una fuerza permanente que patrullase por el término. Después de discutir el número de hombres que habían de componerla se llegó al acuerdo de elevar un escrito al Jefe Político para que cooperase en la creación de una partida de caballería e infantería que debía estar compuesta por unos quince hombres, vecinos del pueblo y que al mando del que había sido años atrás teniente de Resguardo de la Laguna, D. Francisco de Paula Castilla, considerada persona muy capaz y conocedora del término, pusiese en su sitio a la gavilla de bandidos que constantemente azotaban la zona y así dar un respiro a los habitantes de los cortijos, que constantemente sufrían el acoso de estos bandidos.[22]
En definitiva, lo que se persiguía era la necesaria ayuda financiera para costear la patrulla de vigilancia, puesto que la situación económica del vecindario no pasaba por momentos brillantes.
El año 1844 fue preocupante para los responsables de protección y seguridad pública por el incremento de robos y raptos que se estaban produciendo en toda la comarca. Hemos visto como dos labradores fueron secuestrados en 1843. Pues bien, los bandoleros, tras unos meses de silencio, vuelven a la carga y dan una paliza a José Hidalgo, guarda del Cortijo de Sequera y a su amo, al que llaman El Lego.[23] A todas luces, clara venganza por no haber atendido las peticiones de los raptores en su totalidad, pues si bien el rescate se pagó, es muy probable que la información dada a las autoridades por los raptados una vez liberados fuese crucial para desarticular la banda, como de hecho ocurrió.
Desde Antequera se desplazó el cirujano médico forense D. Antonio Mir para reconocer y curar a los heridos de la paliza recibida y tomarle declaración de los hechos. Los culpables fueron individuos que habían pertenecido a la cuadrilla del bandido Navarro, que había sido desarticulada y pasada por las armas. Pero del grupo inicial consiguieron escapar algunos de sus miembros que se reorganizaron ampliando su plantilla con nuevos adeptos. En total eran ahora unos 8 hombres que volvían a las andadas y frecuentaban Fuente de Piedra.[24] No albergamos duda alguna en que fueron los mismos que dieron la paliza a José Hidalgo y al Lego de Sequera, conclusión a la que se llega observando que, de lo vasto del término municipal, fueron directamente al lugar donde habían actuado anteriormente.
En 1845 continúan los problemas de bandolerismo y contrabando. En la madrugada del 22 de abril, el alcalde de Campillos consigue apresar a uno de ellos, pero el resto pudo escapar. Habiendo tomado dirección Fuente de Piedra, recomendaba que se les saliese al paso y fuesen reconocidos el Monte de la Doctora, el Cortijo de Campos, Los Risquillos, Cruces, Las Monjas, Palomo, Huitrona,[25] Quinta de la Marquesa, Concejil, etc.[26] La búsqueda resultó infructuosa.
Nuevas incursiones se producen ese verano. Esta vez son nueve los bandoleros que tuvieron un choque en la Sierra de la Nava. La partida estaba comandada por el bandido Caparrota.[27] El alcalde comunicó que en su momento no se vio al tal Caparrota por Fuente de Piedra, afirmando el edil que debido a que los vecinos siempre estaban dispuestos a perseguir-los no se había atrevido a entrar en el término villafontense. Sin quitar mérito al valor de los vecinos, del que nunca hemos dudado, más bien nos inclinamos a creer que bordearon el término, habida cuenta que en él estaba permanentemente la fuerza de Resguardo de La Laguna Salada, motivo suficiente para hacer desistir a los bandidos de adentrarse en el término, lo que les llevaría a bordear La Laguna, tras su reciente fechoría, sabiendo que la fuerza del Resguardo de la Sal estaría alertada.
En lo que respecta al contrabando, al alcalde se le secaba la lengua afirmando que ningún vecino del pueblo se dedicaba a estos menesteres.[28] Se le exigía que tuviese al corriente las licencias de armas y que anulase las de aquellos que creyese que podían estar inmersos en tráfico de contrabando. Directamente, fue amenazado con imponerle una multa de cincuenta ducados por irresponsable si se encontraban indicios de haberse saltado dicha normativa o no prestarle la debida atención.[29] Pero el alcalde, firme en su puesto, defendiendo a su pueblo, siguió informando negati-vamente. La boca se le seguía secando para pregonar a los cuatro vientos que Fuente de Piedra era un pueblo ejemplar, que quedara claro.
El comandante de Resguardo tenía que velar por el cuidado de La Laguna, donde crecían efectos estancados (la sal), y como cuerpo militar tenía la obligación de mantener la seguridad y el orden en la zona. En consecuencia, puesto que a mediados de octubre de ese año se habían producido unos disparos que pusieron en alerta a la población y aparte de los componentes del Resguardo, su comandante no tardó en dirigirse al alcalde poniéndole sobre aviso de tales hechos, advirtiéndole que si sorprendía a algún individuo que hiciese uso de las armas, que estaban prohibidas, se vería obligado a conducirlo de cárcel en cárcel hasta presentarlo ante el Sr. Jefe Superior Político de la Provincia.[30]
Siendo D. Melchor Ordóñez Jefe de la Seguridad Pública de la provincia, acusaba a los alcaldes de ser los responsables de la persistencia de estas partidas de ladrones por no haberlas perseguido en otros tiempos.[31] En fin, más de lo mismo. Es decir, que repetía las palabras de sus antece-sores en el cargo.
Pero el Destino parece que va encadenando los sucesos de tal forma que se van enlazando unos a otros, y si la situación era mala, empeoraba por momentos. Días más tarde de haber recibido la reprimenda se fugan unos presos y se cree que se acantonan en la sierra de La Camorra. Como cabía esperar se puso al galope a los alcaldes de Fuente de Piedra y Alameda, los cuales registraron escrupulosamente la zona;[32] incluyendo casas de campo y visitando a sus moradores, que informaron no haber observado anormalidad alguna, y si la observaron no dijeron esta boca es mía.
En noviembre de ese mismo año de 1847, bajo el más estricto secreto, se formó una partida de villafontenses armados, aun careciendo de licencia de armas, con el fin de apostarse a las 5 de la madrugada del día 8 a ambos lados de la Casería de Baquerizo y entrar en contacto con la partida de otros pueblos y la Guardia Civil al objeto de cercar entre todos la Sierra de la Camorra, de Mollina y llevar a cabo otro escrupuloso reconocimiento,[33] no permitiendo que nadie entrara o saliera de La Camorra.
Un año más tarde, en 1848, los ladrones seguían haciendo de las suyas. A mediados de agosto tuvo el alcalde que acudir con varios vecinos armados para hacer una batida en Los Blancares, La Serafina y Los Carvajales.[34] Durante toda la noche se estuvo batiendo la zona.
El bandolerismo se intentó atajar desde todos los frentes posibles. En 1849 se insistió en averiguar la existencia de armas ocultas que pudiera haber en el pueblo para evitar que «[…] los enemigos del orden público contaran con medios para alterarlo».[35] El bandolerismo era un mal endémico. Ese año, la madrugada del 8 de marzo, hubo que batir la Camorra, auxiliado el alcalde de otros vecinos armados (que ahora sí tenían permiso de tenencia de armas) pues según noticias confidenciales, en dicho sitio «se abriga gente criminal».[36]
Al no mejorar la situación, a mediados de agosto fue destinado a Antequera un oficial del Regimiento de África con 15 hombres para perseguir a los criminales, y se pidió al alcalde que cooperase auxiliándolo en el servicio.[37] En esta situación, los villafontenses, tras su jornada de trabajo, tenían que colgarse el fusil al hombro y hacer guardia por los caminos.
Pero no todos los robos se producían en el campo. Seguridad tampoco hubo mucha en el casco urbano, sobre todo en la posada, en la que se daban cita todo tipo de clientes. Aquellos que iban de paso, y los que venían a comerciar o trabajar, tenían en Fuente de Piedra una posada al menos. Decimos, al menos, ya que en los inicios del pueblo, allá por 1547, hubo varias para dar asilo a los enfermos que venían a tomar las aguas. Posadas con ubicaciones próximas entre sí, en la calle El Prado, conocida popularmente como calle La Posada (La Posá). Posteriormente, con el declive de las aguas, algunos de estos establecimientos fueron desapareciendo hasta que a mediados del siglo XIX, período que estamos tratando, al menos había una, que sepamos, y estuvo vigente hasta hace pocos años. Dirigida por D. Francisco Martín Rodríguez y sus descendientes, durante más de un siglo continuaron con el negocio.
Volviendo al tema que nos ocupa, en el sentido que los robos también se producían en el interior del núcleo urbano, en dicha posada se denunciaba en 1850 el robo de un mulo,[38] situación por lo demás muy corriente; otra cuestión es que la mayoría de los robos no fuesen denunciados. Ese mismo año, la noche del 23 de mayo, se produjo otro robo en la población, que tampoco fue denunciado. Enterado por otros medios, el Gobierno Civil de Málaga, pidió explicaciones al alcalde sobre los hechos.[39]
La seguridad fue un verdadero problema. Para desplazarse de un sitio a otro había que llevar un salvoconducto (cédula personal) que especificase las características del individuo que se desplazaba y el motivo del mismo. Estas cédulas las expedía el propio alcalde. Si algún desconocido pasaba por el pueblo y no podía identificarse, se le arrestaba de inmediato hasta aclarar su procedencia. En esta situación se vio un tal Blas Marín que viajaba con su hermano, ambos montados en una bestia. El hermano no pudo continuar el viaje por circunstancias imprevistas, y fue retenido en Fuente de Piedra hasta que intervino el alcalde de Arriate (Málaga), de donde procedía el Sr. Blas, certificando que era persona sin tacha, las circunstancias que ocurrieron y solicitando del alcalde de Fuente de Piedra que no lo multase o si tenía que hacerlo, esta fuese mínima por ser familia pobre de solemnidad.[40]
En este estado se encontraban muchas familias. La situación económica, insistimos, era crítica. Por tanto, no es de extrañar que en estas circunstancias los más necesitados acudieran a prácticas ilegales para salir adelante. En Fuente de Piedra, el contrabando era algo habitual, ejercido por sus vecinos, a los que se sumaban también los de otros pueblos de la comarca. Conocida la situación de contrabando por las autoridades mala-gueñas,[41] se intentó, aunque con poca fortuna, erradicar dichas prácticas. También el contrabando de tabaco fue muy intenso en Fuente de Piedra y el gobernador de la provincia autorizó al alcalde para que se valiese de todos los medios a su alcance para perseguir y capturar a los que se dedicaban a este tráfico. Que sepamos no se arrestó a nadie, no debemos olvidar que al alcalde se le seguía secando la lengua diciendo que Fuente de Piedra era un pueblo ejemplar.
Los robos seguían sucediéndose igualmente y la Sierra de la Camorra convertida en guarida de ladrones. Poco o nada se conseguía con las batidas. Si unos eran capturados, otros ocupaban su lugar. Esta situación motivó que cuando un nuevo juez tomó posesión del Juzgado de Antequera en nombre de S. M. la Reina, se encontrase con una infinidad de procesos, en su mayor parte de robo y hurtos y la cárcel prácticamente vacía, afirmando el juez que en ella no se hallaban ni la mitad de los delincuentes, culpando a las autoridades municipales de la comarca de falta de celo, entre ellos al de Fuente de Piedra.[42] Para salir al paso ante estas acusaciones, el Cabildo, a tenor de uno de los muchos escritos que recibía alertando de la presencia de bandoleros en la zona, aprovechando que en esos momentos la actividad la protagonizaba el bandido conocido como Zamarrilla y su cuadrilla, se nombró a seis personas para que, armadas, patrullasen por el pueblo durante la noche para alertar ante cualquier indicio de robo o proximidad de dicha banda.[43]
Y de todo esto, excepto el caso del lego de Sequera, casi todo se resumía en robos de mayor o menor cuantía sin más consecuencias. Pero cuando la fama terrorífica de un bandido salta a la palestra, aun siendo similares los robos, se magnifican y el asunto toma unas dimensiones gigantescas con las consiguientes consecuencias de miedo para la población. Esto es lo que ocurrió con El Chato tras atravesar el ecuador el siglo XIX, que se convirtió en uno de los más famosos bandoleros de la época. Durante 1852, El Chato, acompañado de su gente, entre los que se encontraban los conocidos por su apodo como Chicón, Juan Elías y Quilino, entraban en el término «como Pedro por su casa», lo que sembró la alarma entre la población. En una de sus acciones se llevaron cautivo a un joven que más tarde abandonaron robándole la caballería y una considerable suma de dinero. Desde Málaga se ordenó batir la zona con vecinos armados; dudamos que saliesen a su encuentro, tal era la fama de que gozaba el bandido, lo que no fue óbice para que se colocaran carteles con la leyenda «Se Busca», ofreciendo 2.000 reales por la captura de cada uno de ellos y 4.000 rs. por la de El Chato.[44]
Ese mismo año de 1852, los cinco criminales[45] que se habían fugado de la prisión de Bujalance parece ser que se sumaron a la partida de El Chato, lo que aumentó aún más, si cabe, el temor del vecindario.
Además de esta partida, existían otras muchas. Los enfrentamientos con la Guardia Civil fueron constantes. En una refriega en Osuna murió un número de la Benemérita. La situación era tan terrible que cierta normativa hubo que saltársela. Nos referimos al área de actuación de las fuerzas de seguridad. En concreto, Fuente de Piedra se encuentra en el límite de la provincia, dando paso a la de Sevilla. Pues bien, las fuerzas sevillanas no debían intervenir en la de Málaga, sin embargo, en este tipo de actuaciones, es decir, cuando se perseguía a una partida de bandidos, no solo entraban en el término de otra provincia, sino que las autoridades municipales debían facilitarles información y auxilio si lo precisaban o requerían.[46]
Las malas cosechas habidas en los dos años anteriores, influyeron decisivamente en el incremento de los robos. En 1853, catorce forajidos componían la horda más activa,[47] pero existían otras que no le iban a la zaga. Ese año, cuando el recaudador de contribuciones de Archidona se dirigía a Antequera fue asaltado en la Peña de los Enamorados por otra banda compuesta por ocho hombres armados, cuyo capitán era otro célebre bandido llamado Salvador Sevilla, más conocido por El Invisible. A pesar de ir custodiado el recaudador por la Guardia Civil se produjo la refriega, resultando muertos dos ladrones, dos fueron hechos presos y dos guardias civiles quedaron heridos de gravedad. El cabecilla, es decir, El Invisible consiguió escapar con sus cuatro compañeros restantes.[48]
La intensificación del bandolerismo responde en parte a la crisis alimenticia que se venía padeciendo. De hecho, las propias autoridades alertaban de las consecuencias que de ello se podían derivar debido a la falta de trabajo motivada por la pérdida de la cosecha tras la última tormenta sufrida.[49]
Las medidas adoptadas consistieron en poner en práctica una serie de recomendaciones encaminadas a descubrir a los ladrones. Entre ellas, analizar el ritmo de vida que llevaba cada ciudadano y si con sus ingresos se lo podía permitir. Esta y otras consideraciones se pusieron en práctica, pero sin un resultado contundente. Prueba de ello es que en el monte de Sequera fue asaltado por una cuadrilla de ladrones armados, un vecino de Gilena que iba a vender su pan y cebada a Antequera. El alcalde de inmediato reunió a varios vecinos y salió en persecución de los ladrones, pero lo único que alcanzó a ver fue a otro arriero que traía dirección contraria, es decir, de Antequera a Osuna, al que maltrecho y con varios golpes en la cabeza y los brazos, le habían robado una de las tres cargas que llevaba.[50]
En 1859 una pareja de bandidos, el llamado Castillo[51] y su esposa, deambulaban por el término; las autoridades fueron alertadas, pero tampoco se consiguió capturarlos.
En las postrimerías del siglo XIX y los inicios del XX deambuló por la zona Joaquín Camargo Gómez, conocido como «El Vivillo», natural de Estepa. Aun siendo uno de los bandidos más activos, conocido como el penúltimo bandolero, no hay constancia de asaltos, robos o extorsiones en Fuente de Piedra por parte de su banda, a pesar de ser escenario de sus movimientos. En 1908 huyó a Buenos Aires, siendo devuelto a España al año siguiente. La revista argentina Caras y Caretas publicaba el 18 de diciembre de 1905 una fotografía de la supuesta[52] banda de «El Vivillo», acampada en un monte entre Fuente de Piedra y La Roda, posiblemente entre Los Visos y Los Altos de Ramírez.[53]
Otro de los bandoleros más famosos de principios del XX fue Francisco Ríos González, más conocido como Pernales, que también actuó, o mejor diríamos, dejó de actuar en Fuente de Piedra, según tendremos ocasión de comprobar. De D. Emilio Serrano Fernández,[54] ese médico rural que se asentó en el pueblo y prestó servicio durante cuarenta años, se cuenta que fue asaltado por el célebre bandolero Pernales, llegando con él (podríamos decir), a un pacto. Lo cierto es que Pernales nunca llevó a cabo sus actuaciones en Fuente de Piedra y pensamos que esto quedaba compensado con las ausencias en el pueblo del médico que periódicamente se producían. Y mucho nos tememos que esas ausencias fueran encami-nadas a asistir médica o quirúrgicamente a miembros de la banda.
En La Gloria, cortijo del vecino pueblo de La Roda de Andalucía, los caseros fueron asesinados por la banda de Pernales por delatarle. Lo que llama nuestra atención es que Pernales hizo pesar su influencia como bandolero y desde su aparición por esta tierra el pueblo no sufrió ataque alguno por parte de otras bandas (¿Pacto?). Dicen que D. Emilio nunca quiso hablar de este asunto, aunque se respiraba en el ambiente y la tradición oral así lo recogió y lo transmitió. En 1907, Pernales y El Niño del Arahal eran abatidos a tiros en la Sierra de Alcaraz, provincia de Albacete.[55]
Con la muerte de Pernales también finalizaba una larga etapa de la historia de Fuente de Piedra: la del bandolerismo.
[1] AMFP. A.C. de 31 de enero de 1877. El puentecillo o vado existente sobre el arroyo de Santillán en el camino de Fuente de Piedra a Sierra de Yeguas pasa a ser un consistente puente en 1876, según acuerdos entre el Ayuntamiento y la Sociedad de las Salinas y Tierras de Fuente de Piedra, empresa encargada de su construcción que en esos momentos trabajaba en el proyecto de desaguar La Laguna. Por su proximidad a la Venta de las Salinas fue bautizado como Puente de la Venta, nombre por el que aún es conocido.
[2] El Libro de Repartimientos de Antequera, en su folio 96 vº contiene una providencia fechada el 13 de julio de 1497 por la que se hizo donación a Gonçalo de La Puebla y a Pedro Hernández de Córdoba de «un sitio para venta cerca de La Laguna Salada en un ojo d’agua questá cerca del camino que iba a Córdoba entrando en el monte». El citado camino que iba a Córdoba es hoy conocido como camino de Conejo.
[3] RODRÍGUEZ MARTIN, J. A. «Bandoleros en torno a Humilladero en la primera mitad del siglo XIX» en I Jornadas de historia local de Humilladero y su comarca. Málaga: CEDMA, 2008. pp. 157-159.
[4] El Español, diario de las doctrinas y de los intereses sociales, Madrid, edición sábado 30 de enero de 1836. p. 4. col, 2
[5] AHMA. Leg. 512. Carp. Subdelegación Provincial de Fomento de Málaga. Apud: Rodríguez Martin, J.A, op. cit.
[6] RODRÍGUEZ MARTIN, J. A. op. cit.
[7] RODRÍGUEZ MARTIN, J. A. op. cit.
[8] Ibídem.
[9] Periódico La Revista Española, Madrid, N.º 422, edición de 15 de diciembre de 1834, p. 1
[10] AHMA. A.C. 30 de septiembre de 1835.
[11] AHMA A.C. 1 de junio de 1837, p. 130.
[12] AMFP. Doc. de Sec. Año 1841, doc. N.º 1.
[13] AMFP. Corresp. Oficial, Año 1841, doc. N.º 2183.
[14] AMFP. Doc. de Sec. Año 1841, doc. N.º 2.
[15] AMFP. Coresp. Oficial. Año 1841, 21 de marzo, doc. N.º 2165.
[16] AMFP. Doc. de Sec. Año 1842, doc. N.º 3.
[17] AMFP. Doc. de Sec. Año 1843, doc. N.º 6.
[18] Para conocer el desarrollo de la investigación que la justicia hizo a partir de las declaraciones de los que fueron testigos o tenían algún testimonio que manifestar sobre los hechos, consúltese el Anexo N.º 6.
[19] En el Anexo N.º 7 reproducimos la carta que el Alcalde dirigió al Jefe Político Provincial. AMFP. Corresp. Oficial. Año 1843, 18 de octubre, doc. N.º 2554.
[20] AMFP. Doc. de Sec. Año 1843, doc. N.º 14.
[21] AMFP. Corresp. Oficial, Año 1843, 25 de octubre, doc. N.º 2549.
[22] AMFP. Doc. de Sec. Año 1843, doc. N.º 15.
[23] AMFP. Doc. de Sec. Año 1844, doc. N.º 2.
[24] AMFP. Corresp. Oficial. Año 1844, 5 de diciembre, doc. N.º 2756 y 2757
[25] Pensamos que hace referencia a La Buitrona.
[26] AMFP. Doc. de Sec. Año 1845, doc. N.º 1.
[27] Ibidem, Año 1845, doc. N.º 2.
[28] AMFP. Doc. de Sec. Año 1845, doc. N.º 4.
[29] Ibidem,. Año 1845, doc. N.º 3.
[30] Ibidem,. Año 1847, doc. N.º 13.
[31] Ibidem,. Año 1847, doc. N.º 3.
[32] AMFP. Doc. de Sec. Año 1847, doc. N.º 6.
[33] AMFP. Doc. de Sec. Año 1847, doc. N.º 14.
[34] AMFP. Doc. de Sec. Año 1848, doc. N.º 11.
[35] AMFP. Doc. de Sec. Año 1849, doc. N.º 221.
[36] AMFP. Doc. de Sec. Año 1849, doc. N.º 446.
[37] AMFP. Doc. de Sec. Año 1849, doc. N.º 445.
[38] AMFP. Doc. de Sec. Año 1850, doc. N.º 118.
[39] Ibidem. Año 1850, doc. N.º 41.
[40] Ibidem. Año 1850, doc. N.º 159.
[41] Ibidem. Año 1851, doc. N.º 274.
[42] AMFP. Doc. de Sec. Año 1851, doc. N.º 300.
[43] AMFP. A.C. de 5 de julio de 1851.
[44] AMFP. Doc. de Sec. Año 1852, doc. N.º 439.
[45] Expresión usada en los documentos.
[46] AMFP. Doc. de Sec. Año 1852, doc. N.º 441.
[47] Ibidem, Año 1853, doc. N.º 74.
[48] Ibidem, Año 1853, doc. N.º 116.
[49] Ibidem, Año 1853, doc. N.º 126.
[50] AMFP. Doc. de Sec. Año 1853, doc. N.º 137.
[51] Ibidem, Año 1859, doc. N.º 228.
[52] Decimos supuesta, ya que la fotografía que presentamos fue tomada por el célebre fotógrafo José L. Demaría López, alias José Campúa, reportero bélico e iniciador de una célebere saga de fotógrafos. En la revista ilustrada El Museo Criminal relata una de sus andanzas, en la que tomó dicha instantánea, con la creencia de estar haciendo un retrato de la banda del Vivillo en la zona de Los Visos y Los Altos de Ramírez. Pero en Bobadilla, cuando cogía el tren para volver a Madrid, un teniente de la Guardia Civil le informaba que el día antes El Vivillo había sido tiroteado sin consecuencias en las inmediaciones de Montoro. El propio Campúa lo describe así y lo reproducimos en el Anexo N.º 47.
[53] CARAS Y CARETAS. Semarario argentino. Buenos Aires N.º 372 de 18/11/1905. p 3. (Reproduce la imagen que hemos citado en la nota anterior)
[54] Para conocer en más profundidad a este personaje puede consultarse el capítulo a él dedicado en el bloque temático Personajes con Historia.
[55] AMFP. El A.C. de 1 de junio de 1907 recoge una lectura recibida del Gobierno Civil, que adjuntaba un retrato del criminal Francisco Rios González, conocido como Pernales, para que fuese distribuida entre los guardas jurados, empleados de ferrocarril y peones camineros, en un intento por atrapar al bandolero y acabar con su intensa actividad delictiva. Ese mismo año moriría abatido junto al Niño del Arahal.
Fragmento de Historia Temática Villafontense
Capítulo.- Personajes con Historia
El Bandolerismo
Francisco Muñoz Hidalgo
(Obra en composición)